Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

29 de marzo de 2016

CON LA PASCUA RETORNA EL ALELUYA

EL CANTO DEL ALELUYA

Canto sagrado de acción de gracias de los salvados que armoniza la antigua y la nueva Alianza de Dios con los hombres.


De la Homilía en la Vigilia Pascual del año 2009
del Papa Benedicto XVI

                Cuando un hombre experimenta una gran alegría, no puede guardársela para sí mismo. Tiene que expresarla, transmitirla. Pero, ¿qué sucede cuando el hombre se ve alcanzado por la luz de la resurrección y, de este modo, entra en contacto con la Vida misma, con la Verdad y con el Amor? Simplemente, que no basta hablar de ello. Hablar no es suficiente. Tiene que cantar. En la Biblia, la primera mención de este cantar se encuentra después de la travesía del Mar Rojo. Israel se ha liberado de la esclavitud. Ha salido de las profundidades amenazadoras del mar. Es como si hubiera renacido. Está vivo y libre. La Biblia describe la reacción del pueblo a este gran acontecimiento de salvación con la expresión: «El pueblo creyó en el Señor y en Moisés, su siervo» (cf. Ex.14,31). Sigue a continuación la segunda reacción, que se desprende de la primera como una especie de necesidad interior: «Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron un cántico al Señor». En la Vigilia Pascual, año tras año, los cristianos entonamos después de la tercera lectura este canto, lo entonamos como nuestro cántico, porque también nosotros, por el poder de Dios, hemos sido rescatados del agua y liberados para la vida verdadera.

                La historia del canto de Moisés tras la liberación de Israel de Egipto y el paso del Mar Rojo, tiene un paralelismo sorprendente en el Apocalipsis de san Juan. Antes del comienzo de las últimas siete plagas a las que fue sometida la tierra, al vidente se le aparece «una especie de mar de vidrio veteado de fuego; en la orilla estaban de pie los que habían vencido a la  bestia, a su imagen y al número que es cifra de su nombre: tenían en sus manos las arpas que Dios les había dado. Cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero» (Ap 15,2s).

                Con esta imagen se describe la situación de los discípulos de Jesucristo en todos los tiempos, la situación de la Iglesia en la historia de este mundo. Humanamente hablando, es una situación contradictoria en sí misma. Por un lado, se encuentra en el éxodo, en medio del Mar Rojo. En un mar que, paradójicamente, es a la vez hielo y fuego. Y ¿no debe quizás la Iglesia, por decirlo así, caminar siempre sobre el mar, a través del fuego y del frío? Considerándolo humanamente, debería hundirse. Pero mientras aún camina por este Mar Rojo, canta, entona el canto de alabanza de los justos: el canto de Moisés y del Cordero, en el cual se armonizan la Antigua y la Nueva Alianza.

                Mientras que a fin de cuentas debería hundirse, la Iglesia entona el canto de acción de gracias de los salvados. Está sobre las aguas de muerte de la historia y, no obstante, ya ha resucitado. Cantando, se agarra a la mano del Señor, que la mantiene sobre las aguas. Y sabe que, con eso, está sujeta, fuera del alcance de la fuerza de gravedad de la muerte y del mal —una fuerza de la cual, de otro modo, no podría escapar—, sostenida y atraída por la  nueva fuerza de gravedad de Dios, de la verdad y del amor.

                Por el momento, la Iglesia y todos nosotros nos encontramos entre los dos campos de gravitación. Pero desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte. ¿Acaso no es ésta realmente la situación de la Iglesia de todos los tiempos, nuestra propia situación? Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada. San Pablo ha descrito así esta situación: «Somos... los moribundos que están bien vivos» (2 Co. 6,9). La mano salvadora del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados, el canto nuevo de los resucitados: ¡Aleluya! Amén.


28 de marzo de 2016

EN LA OCTAVA DE PASCUA BRILLA EL CIRIO PASCUAL

EL CIRIO PASCUAL

Durante los ocho días de la Octava pascual, el Cirio ocupa un lugar principal en el templo.




“En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual.

Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz.

Otro aspecto sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de Mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.

El gran himno del Exultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos hace notar, muy calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto, el cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo”.


(BENEDICTO XVI, Homilía durante la Vigilia Pascual, 7 de abril de 2012)




26 de marzo de 2016

DESTRUYAN Y YO LO LEVANTARÉ

EL TERCER DÍA

Reflexión espiritual, muy propicia para este Sábado Santo, en que esperamos la proclamación del Exultet pascual en vigilante espera.



Iglesia románico-gotica de St. Etienne Le Vieux, en Caen, Normandía, Francia, devastada en la Segunda Guerra Mundial



El templo destruido y reconstruido.

La mención terrible del Templo ya es un asunto capital desde la expulsión de los mercaderes, en la primera Pascua que Jesús pasa en Jerusalén, al principio mismo de su vida pública. Y ya desde entonces querían matarlo.

Allí anuncia:

“Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”.

Contesta así cuando le preguntan con qué autoridad expulsa del Templo a mercaderes y cambistas a latigazos. 

Su autoridad es la autoridad del Tercer Día. De lo que sólo Él puede al cabo de Tres Días.

En los Evangelios, entre los testimonios falsos que se pagaron para condenarlo, hay quienes dicen que dijo algo bien distinto:

“Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre...”

Con iguales palabras se burlan de Él los que pasan cerca de la Cruz:

“Tú que destruyes el Templo y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz...!”

Pero Jesús dijo destruyan. No dijo destruiré.

Solamente el apóstol Juan anota en aquel pasaje:

“Pero Él hablaba del Templo de su Cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.”


El Templo. La figura de algo inmenso y hondo.

El Templo es Su Cuerpo.

La Iglesia es Su Cuerpo, místico.

Nosotros también somos Su Cuerpo, como atestigua san Pablo varias veces. Y allí, Él es la Cabeza del cuerpo.

Y algo del entero Cosmos creado y de la historia, que es el tiempo de lo creado, también es Templo. Herido. Flagelado. Destruido. Y por Él vuelto a levantar en Tres Días, misteriosos para nosotros los mortales.

“Tres días”, dice Jesús.

Y el cuerpo espera que, aquello que destruimos, Él lo reconstruya en tres días.

Y esperamos el Tercer Día.

Y así conmemoramos y celebramos el pasado histórico y la altísima densidad sobrenatural de Su Resurrección y, a la vez, lo por-venir: aquel Tercer Día en Jerusalén y aquel Tercer Día en que resucitará a su Cuerpo, pero ahora en todas las formas en que su Cuerpo ha sido figurado por su propio designio.

Y entonces, todo lo que es Su Cuerpo será reintegrado, todo Su Cuerpo flagelado y herido, destruido, será un Templo ya entonces sí brillante, entero.

Y cuando eso sea ya no habrá más días…  


(del blog ENS)

LA VIGILANTE ESPERA DEL SÁBADO SANTO

La noche que nos libera del sueño de la muerte

Homilía segunda para la Noche Santa; PL 2, 549-552;
San Agustín (354-430), obispo de Hipona, doctor de la Iglesia 


Hermanos:

Vigilemos porque esta noche Cristo ha permanecido en el sepulcro. En esta noche aconteció la resurrección de su carne. En la cruz fue objeto de burlas y mofas. Hoy, los cielos y la tierra lo adoran. Esta noche ya forma parte de nuestro domingo. Era necesario que Cristo resucitase durante la noche porque su resurrección ha iluminado las tinieblas...

Así como nuestra fe en la resurrección de Cristo ahuyenta todo sueño, así, esta noche iluminada por nuestra vigilia se llena de luz. Nos hace estar vigilantes con la Iglesia extendida por toda la tierra, para no ser sorprendidos en la noche (cf. Mc 13,33).

Y decimos con el salmo: “Tú iluminas nuestras tinieblas”(Sal 18,19) extiende tu claridad en nuestros corazones.


Así como nuestros ojos contemplan, deslumbrados, la luz de esta vigilia, así nuestro espíritu iluminado nos hace contemplar la luz de esta noche, de esta santa noche donde el Señor ha comenzado, en su propia carne, la vida que no conoce ni sueño ni muerte!

25 de marzo de 2016

VIA CRUCIS DE PEMÁN

VIA CRUCIS

 Con los versos de José Maria Pemán




I - Primera estación: Jesús es condenado a muerte


Hemos juzgado a Dios:
y le hemos condenado a morir tras padecer.
"No queremos más rey que César":

que se llama Riqueza, que se llama Poder.

Hemos hecho elecciones,
como dueños de la noche y el día.
Y la noche ha ganado.

Y Barrabás ha tenido mayoría.

Aquel día empezó
el griterío feroz de los humanos.
Y la cobardía

de los que se lavan las manos.

En hebreo y en griego
y en latín
se escribió la sentencia
para que el mundo

la conozca del uno al otro confín.

"Éste es el Hombre"
"Éste es el Rey de los judíos".
¡Y la Verdad se estaba viendo

bajo la transparencia
del insulto y la mofa,

como las piedras de los ríos!

Piedra de mármol rojo,
mi duro corazón
fue tribunal y solio de la sentencia impía.
¿Compartiré con Judas

la desesperación?

Hombre que consideras conmigo
esta estación primera, de la doliente vía:
confía en el Amor, hombre, confía:
que hay una apelación que está dentro de plazo todavía.



II - Segunda estación: Jesús es cargado con la Cruz

Vio venir el madero de la Cruz

como un tallo de rosa.
Lo recibió en los brazos abiertos

como se recibe una esposa.

Y el árbol seco va a dar
su fruto sazonado.
Ya no habrá Cruz

sin Dios crucificado.

No ha subido a la Cruz
para decirnos una arenga.
Ha subido a humillarse y a tener Él solo la razón
por todo el que no la tenga.


Le hemos dado la madera por el pan,
según profetizaba Jeremías.
Él recibió la Cruz

como nosotros sus Eucaristías.

Yo debiera decirle:
Señor, espera, espera.
Yo llevaré por Ti

la pesada madera...

Pero eso ha de decirlo Él mismo:
si es su decreto soberano
que yo, pobre gusano,
llegue a saber de Amor de esa manera.




III - Tercera estación: Jesús cae por primera vez

 ¿Cómo no se cayó el sol,

y el árbol, y la muerte y la vida
cuando cayó Jesús,

en su primera caída?

Hacer la tierra toda:
tan altiva en el monte, tan humilde en el llano...
Hacer la tierra toda...

¡y que ella te desgarre la mano!

¡El pie se pone, tantas veces,
en un hoyo vacío
aunque esté entero el ánimo

y el corazón, Dios mío!

Por tus rodillas, Señor,
por tus rodillas
desgarradas y rotas

sobre las piedrecillas:

por tu caída primera, a plomo, Señor,
con todo el peso de la Humanidad tuya,
que hizo golpe lo que debió ser beso;
líbranos, Dios, de ese primer pecado

que se comete por sorpresa;

de ese pecado venial
que se ignora a sí mismo, agazapado
como una araña en un rosal.



IV - Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre en el Calvario 


¡Oh, las madres
que visteis morir entre los brazos
a un solo único hijo,

llevándose a pedazos el corazón!

Recordad el dolor
de aquella última noche

del pulso, del termómetro,
del hielo, del sudor,

de la sábana limpia y del mullir la almohada.

Y ese bajar, escalón a escalón,
la escalera empinada
del "ya no habla..." "ya no mira"
"ya no se siente el pulso..." "ya apenas si respira"


La estación cuarta es una Madre,
acongojada y fiel,
en un sendero: aceptando la Pena

que venía por Él...

No dice una palabra:
que las palabras todas han huido
como en día de truenos

los pájaros del nido.

Está inmóvil, delante de su Hijo,
como queriendo ser
nada más que una Idea.


Está abriéndole el alma,

como un libro,
para que Él se la lea.

Se ofrece toda. No le regatea
al dolor, ni un rincón del corazón.


Como en una bahía
se entraban en tu alma las pleamares
de la agonía y la resignación.


Así te doctorabas en pena,
en esperanzas, en aflicción,
igual que se doctora entre las flores,
de flor a miel, la abeja en la dulzura y la paciencia.


¿Fue para mí,
doctora de rigores,
para quien Tú cursaste

tan dulce y clara ciencia?



V - Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cirineo

El Poder ya no puede.

Ha querido sentir
ese terrible sucumbir
de nuestra fuerza,

cuando ya no puede alcanzar lo que alcanza el deseo.

A Ti que eres el que eres;
el Todopoderoso; el único Ser Necesario,
¿cómo te ha sucedido esto que veo?


Para subir la cuesta del Calvario
necesitaste de Simón el Cirineo.

Déjame que, en memoria del que pudiendo todo
aquel día no pudo,
yo, abriéndome camino entre la turba,
toque la cruz... ¡Y me haga la ilusión de que te ayudo!




VI - Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

¿Dónde están los discípulos?...

Tened, hombres, la vista.
Recontad. Pasad lista.

Tomás, Santiago, Judas, Bartolomé...
¿dónde están?...


¿Y la fe de Simón Pedro?... ¡el que tanto decía!
Todo el colegio del apostolado, desde que rayó el día
se ha reducido a esa mujer, que se ha apartado
del pueblo, y ha secado con un lienzo la cara de Jesús.


Y en pago a su fe viva
ha quedado en el lienzo el rostro dibujado
por el sudor, la sangre y la saliva.


Oh Verónica, tú adivinaste que el Señor
iba ya a dar de mano en su incansable trajinar:
y secaste la frente del Vendimiador
cuando volvía del lagar.


No dice más la crónica.
¿Seguiría la burla y la saliva a la mujer Verónica?

¿Seguiría el desprecio y el insulto y el daño
como al Jesús de carne, al Jesús estampado en el paño?


Los cristianos que vamos al rosario,
al vía crucis, a la Misa
llevamos por el mundo, bien expuesta a la risa
de la gente, la cara de Jesús, sostenida en las manos.


Hazme, Señor, que venza los respetos humanos:
que vaya con la imagen de Jesús a la vista
por el camino todo.


Vamos. como Verónicas tenaces, por la tierra
mostrando en nuestras manos a Jesús, que es el modo
de ir haciéndole al mundo nuestra guerra.




VII - Séptima estación: Cae Jesús por segunda vez 

Más que tropezar con la piedra del camino que lastima
el pie del peregrino con su choque violento,
fue como un tropezar, dentro del alma, con el abatimiento.

fue ese caer de nadie consolado;

cuando al amante se le cierra el firmamento

de la esperanza, y ve al objeto amado
cada vez más distante, como un monte nublado.


Terrible esta caída segunda: en la melancolía,
en el desistimiento, sin un rayo de luz.

¡Caer en la soledad sin otra compañía
que la fiel e inseparable amistad de la Cruz!


Agarrarse por no caer al peso mismo
de la Muerte. A la orilla del abismo
abrazarse a aquel tronco y arrastrarlo también.


En esta séptima estación, Jesús, por nuestro bien,
se ha dejado llevar por su carne desistida.

Esta segunda caída
fue sobre el rostro, no sobre las manos.

Fue desistir, dejarse, poder y no querer.
¡Líbranos, oh Señor, a los cristianos,
de esa manera de caer!.




VIII - Octava estación: Jesús encuentra a mujeres de Jerusalén

Indiferencia, rabia; los celestes olvidos;

los mundanos poderes:
todo se ha concitado contra Dios.


Sólo ha sido a las lágrimas de unas pobres mujeres
a las que ha destinado su mirada y su voz.


Mirad, hijas de Jerusalén, mirad bien lo que hago.
Este monte de penas que he reunido, es el pago
que me cuesta el rescate de tantos pecadores.


Haced bien esta cuenta de las esperanzas y de los dolores.
Si es esto lo que cuesta el Paraíso Eterno:
pensad, hijas de Jerusalén, lo que será el Infierno.


Si vosotros me costáis este exceso del Amor, oh mortales;
es porque tiene igual medida
ese monte invertido de los pecados y los males.

Si estas son las ganancias que pierde el que me pierde...
¿Qué se hará con la dura leña seca
si esto se hace con la leña verde?





IX- Novena estación: Jesús cae por tercera vez

¡Todavía otra vez! La caída tercera
parecía ya el fin. como el fruto que cae

de la madera del árbol,
la caída tercera era ya parecida a la muerte.

Una muerte en figura.
La boca amoratada por la seca amargura.
La frente con las gotas de sudor por guirnalda...
¡Lleva tantos hombre muertos sobre la espalda!


Esta vez la caída fue total: sobre el vientre.
Como el saciado y harto.

como el que rueda en la embriaguez.

¡Fue caerse todo el árbol, a plomo, de una vez!

Líbranos, Cristo, del tercer pecado.
No el caer en la carne y el mundo, como un loco.
Ese otro más agobiante y sutil caer desesperado,
cuando ya falta poco.


Señor, báculo mío y mi sandalia, ¡Señor!
¡Haced que no desista
al final del camino,

cuando el Calvario está a la vista!


X - Décima estación: Jesús es despojado de sus vestidos 

La décima estación es el gran desconsuelo.
Pronto, en el tabernáculo,

va a rasgarse en dos partes el velo.
Va cubriéndose el cielo de ceniza y de susto.

La fuente más profunda del Universo mana sangre de Justo.

Le han arrancado la túnica irrompible de una vez.
Podéis mirarlo todo: en su más pura desnudez.

El viento se ha llevado la hoja y ha dejado la flor.

 ¡Ya estás vestido sólo de mi carne, Señor!

Te despojaron de tu Evangelio y tu misión.
Por una horda nublada de sacrilegio y de abyección
fuiste de todos los perros del mundo...


Por mares, por llanuras y por cerros,
se reía la futura herejía con risa atronadora.
¡Hoy tienen los blasfemos del mundo su gran hora!

Hoy es la fiesta de las apariencias. Dios está escondido.

¡Ya no hay más que un hombre solo, desnudo y escupido!

Por tanta humillación, Señor: por la vergüenza
de tus vestidos sorteados; ten piedad,

Señor, de la debilidad
que humilla el poderoso.


Ten piedad de los niños sin madre. Del esposo
sin compañía. Del deseo imposible.
De la pena indecible.
Del canceroso. Del mendigo.


 De todo lo que digo y de lo que no digo.

¡Haz que frente a tu cuerpo desnudo,
como frente a un espejo,
me arranque yo mi sucia vestidura
llevándose pegada la piel del hombre viejo!.



XI - Décima primera estación: Jesús es clavado en la Cruz
 

Ya tenemos a Dios tendido sobre la tierra.
Como al morir el día
está el ciervo cobrado en una montería.

Para estirar tus brazos hasta el clavo, el sayón
apoya su rodilla sobre tu corazón.


Con espada romana han hecho en la madera una hendidura,
para medirte la estatura
desde el pie hasta la frente...,
¡Tanto ha medido el río desde el mar a la fuente!


Miden el infinito. Miden lo que no tiene medida.
La innumerable Eternidad, a empellones, es metida
en número de herrero y carpintero.


Tiene principio y fin sobre un madero,
de clavo a clavo, el que no tiene alfa ni omega.

Lega hasta el calvo aquel, Aquel que llega
hasta el Padre, y es Verbo y Espíritu Creador.


Ya tenemos el lecho mullido para el último amor.
Te has hecho a la medida,
Señor, de nuestros brazos y de nuestros besos.


Como David, podemos, uno a uno,
hacer la cuenta de tus huesos.

Por tres horas, Señor, no va a haber teología.
En la tierra está todo. No hay que explorar el cielo.


Todo está en la madera: todo cuanto quería
mi corazón; cuanto mi sueño espera,
cuanto mi anhelo alcanza...

¿Tengo entre cuatro clavos clavada mi esperanza!



XII - Décima segunda estación: Jesús muere en la cruz 

Todo se ha consumado.
El hombre ha conseguido
su más horrible intento.
Ya lo hará todo solo el Instrumento.


Instrumento de su obra:
Él solo sabrá hacerse
su propio sufrimiento.


La muerte se desliza por su naturaleza corporal
como la gota de agua, por su peso, en el cristal.


Tres horas de retiro y soledad consigo
tuvo el que tuvo tantas de compañero y buen amigo
conmigo, con los hombres.


Lentamente
ha bebido la copa de su vino y su hiel.

Solo: presiente más soledad. Como un horizonte nublado
ha perdido de vista a su Madre y al discípulo amado.


Con voz de trueno le gritaste a tu Padre su abandono.
Luego, con otro tono
más dulce y amistoso, te quejabas
de la sed. ¿Por qué has dicho que tenías
sed, con ese tono apagado?


¿Es a mí al que me hablabas?
¿Soy yo el que te faltaba,
cuando ya estaba todo consumado?



XIII - Décima tercera estación: Jesús es desclavado de la Cruz

María, en tus rodillas, ya tiene derrotado
todo el Poder y toda la Grandeza,
La Pasión se ha acabado. La Compasión empieza.


Para sufrir hasta morir, Jesús estuvo
ante los hombres todos, en la Cruz, descubierto.

Pero María tiene ahora escondida,
para ella sola, la soledad de su hijo muerto.


En su falda y su manto, cubierto el cuerpo puro,
dueña y señora del futuro,
Ella empieza a ser todo: evangelio, sepultura,
mirra, sudario, ungüento. La primera y más pura
Iglesia: todo, todo.


Ella el ejemplo, la ocasión, el modo;
y la Corredención y la Pureza;
el canal de la Gracia y la Belleza...


Ella el altar y el sacerdote; el vino y el cenáculo.
Se ha acabado la Cruz. Comenzó el Tabernáculo.

Las nubes que se encienden en la cumbre
atardecida del Calvario
son ya luces cristianas ante el primer Sagrario.



XIV - Décima cuarta estación: Jesús es sepultado
 

Este sepulcro nuevo donde te han colocado,
Señor, donde se aferra
tu último amor, Señor; no es un sepulcro;
es mi carne ¡lo más profundo de la tierra!


Es la última medida
de tu cuerpo en mi cuerpo,
de tu muerte en mi vida.


Te has enterrado en mí para que tenga
yo tu medida justa, hasta que venga
para mí el tercer día.


Tres noches solas son las de la pena.
Si yo sé, una tras una, resistir la agonía,
¡yo sé, Señor, que Tú levantarás la losa,

en la aurora serena!.


DOS ANTIGUOS HIMNOS A LA CRUZ

Ecce lignum crucis,
in quo salus mundi pependit.
¡Venite adoremus!

Este es el árbol de la Cruz,
donde estuvo suspendido el Salvador del Mundo
¡Venid, adoremosle!

El Viernes y Sábado santo no se celebra la Santa Misa ni se expone el Santísimo Sacramento. Por ello la Iglesia invita a los fieles a hacer la genuflexión ante el Crucifijo.


CRUX FIDELIS

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: “Vuelva la vida,
y que el amor redima la condena!”
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud, naciendo de la herida.

¡Oh, plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed, la boca apenas gime;
y al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y a esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva.
Tú, el brazo de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza.
Al que en la Cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria.

Amén.

(Traducido del latín, versión de Lope de Vega.)




Victoria, tu reinarás,
oh Cruz, tu nos salvarás.

El Verbo en Ti clavado,
muriendo nos rescató;
de Ti, madero santo,
nos viene la Redención.

Extiende por el mundo,
tu reino de salvación,
oh Cruz, fecunda fuente
de vida y bendición.

Impere sobre el odio
tu reino de caridad,
alcance las naciones
el gozo de la unidad.

La gloria por los siglos
a Cristo libertador.
Su Cruz nos lleve al Cielo,
la tierra de promisión