Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

23 de abril de 2017

DENTRO DE TUS LLAGAS, ESCÓNDEME

Íntra túa vúlnera abscóndeme
Reflexión acerca del pasaje evangélico de la duda del apóstol Tomás que, ante la evidencia, exclama SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO, y que se lee el II Domingo de Pascua

Icono de Cristo resucitado que se presenta ante el apóstol Tomás y le muestra sus llagas y su costado


       
        “Hay una línea, un verso bellísimo que repite desde hace siglos la piedad cristiana, que alude a ser escondido —así, en voz pasiva; no a los pechazos propios sino por ingenio y fuerza ajenos— dentro de las Llagas del Señor Resucitado.

        Una genialidad lírica y mística. Una imagen bien concreta, pero a la vez, imposible de imaginar: ser escondido, hallar escondite, caber con toda nuestra voluminosa humanidad, ahí, en esa grieta de la peña, en esa hendidura de la Roca, en esa apertura del Cuerpo glorioso del Señor. Para allí vivir, movernos y existir. 

        El verso reza literalmente así:

intra tua vulnera, abscondeme.

        Para los familiarizados con la oración continua es esta fórmula una feliz alternativa. Vale en castellano, como se suele conocer más, por aquella oración post comunión: “dentro de tus llagas, escóndeme”.

        Pero permítanme alentarlos a saborear su versión original, alguna vez… Libres de fobias y de idolatrías latinistas, tan sólo para paladear su melodiosa cadencia.

------ íntra túa vúlnera abscóndeme ------

          Es un susurro. Es frágil pero a la vez, tiene estructura, está bien vertebrado. Detenido un rato en paladar, cada fonema empieza a destilar sus sabores secundarios y terciarios. 

        Y entonces el “intra” alude a interioridad, a profundidades, a honduras sin fondo.

        Y el “túa” se esmera en apropiarse de un Rostro, una identidad. Tiene el mordiente con que fijar, las heridas en la Persona Única de Cristo. No son cualquier heridas, ni son las heridas de cualquiera: son las tuyas, Señor; ¡las tuyas! 

        Y el melodioso “vúlnera” carece por completo de la sordidez de una pustulosa infección. Son heridas limpias y cristalinas; y sangrantes. Mas no son tan sólo llagas. Es todo aquello herido y sufrido que hay en Cristo. Escóndeme allí en Tu dolor… Llévame por los adentros más adentros de tu vulnerable Corazón muy lastimado. Por los adentros de ese Pecho del amor muy lastimado…

        Pero la frase hace cumbre con ese esdrújulo “abscóndeme”. Dulce y feroz rebencazo. Es un clamor, una herida y gemida súplica, que como todo lamento, sabe por momentos a reclamo e improperio: no me dejes más afuera; que soy yo ahora el que cubierto de rocío, gimo a tu puerta —a la puerta de tus Llagas— pidiendo refugio.

        Escóndeme en Ti; escóndete en mí. No me digas: mañana, para volvérmelo a decir mañana.

        Las yemas de mis dedos van pioneros. Ciegos son, mas saben conocer al tacto. Y saben abrirse paso. No cierran su mano en un puño. El puño no conoce. La mano abierta y estirada sí. Acariciar y leer son sinónimos para el ciego, para la ciega fe.

        Como el largo dedo del Bautista señala a Cristo, de modo semejante, el dedo de Tomás es precursor, es adelantado, es punta de lanza que le abre huella a los demás sentidos y demás potencias y al yo mismo, que van ingresando alineados detrás del dedo precursor como en procesión litúrgica.

        Que mi ciego tacto, Señor y Dios mío, invitado por Ti a avanzar hacia las honduras de tu apertura, de tu hendidura, lea el secreto deletreo de tu Amor extremo. Tu luminoso tajo da a una voraz inmensidad; la puerta estrecha de tu Costado, abre a la vasta y vertiginosa infinitud del Todo.

        En la trastienda de una casona de Jerusalén hay un punto en el espacio, el costado abierto del resucitado, que contiene todos los puntos del espacio. Tomás el Mellizo, en pasmo severo, accede a esa grieta de ergástula, y balbucea un azorado ¡Señor mío y Dios mío! Es el todo en la parte.

        Felices nosotros, que cada día aumentamos nuestra Fe acariciando el Misterio por las rugosas entrañas mismas del Pecho del amor muy lastimado.

        Felices nosotros invitados y movidos a ser por Él mismo escondidos en la Roca hendida, Refugio nuestro y Baluarte, la recámara del Rey herido, el anchuroso Paraíso recobrado, donde racimos y nieves, tigres y bisontes son míos… pues en esa vertiginosa vastedad, míos son sus cielos y mía su tierra, las gentes, los ángeles y la Madre de Dios y todas las cosas.
        Pues allí, en ese divino Tajo, el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí”.


P. Diego de Jesús
Monasterio del Cristo Orante, Tupungato, Mendoza


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